Las fuentes perdidas es la primera novela de José Antonio Cotrina, uno de esos autores desconocidos para el público general, pero que goza de una enorme reputación en círculos más internos. Y ahora entiendo a la perfección porque es así y me genera un poco de mala leche que ciertos libros no sean capaces de atravesar algunas barreras.
Expectativas.
En los hilos de Twitter había oído hablar muy bien de la novela y casi todo el mundo del fandom habla maravillas del autor. Tuve la suerte de cruzar unas pocas palabras con él en un festival y he leído las entregas de Crónicas del Fin que ha escrito a cuatro manos junto a Gabriella Campbell.
Pero no tenía ni idea de lo que podía encontrarme en la novela, fiel a mi regla de no leer reseñas previas.
Historia.
Hay veces que un libro te genera algún sentimiento que tenías olvidado en el cajón de la madurez. Pasa mucho con la nostalgia, las novelas que te devuelven algún pasaje del pasado suelen ir de cabeza a la lista de favoritos.
Con Las fuentes perdidas, sin embargo, ha sido un sentimiento diferente. Una sensación de recuperar algo que se había ido difuminando durante este año en el que estoy leyendo mucho y muy diverso.
Nada más empezar la novela, hay algo en la historia, que Elías Combarro define como el sentido de la maravilla, que salta y te atrapa en un abrazo extraño. Una especie de susurro de “estas cansado de la típica frase, nada es lo que parece, todo te sorprenderá”. Y esta historia hace eso mismo, pero sin pretenderlo. Toda la trama conjunta de una manera tan especial algo que parece normal y cotidiano, con lo extraño, siniestro y maravilloso, que no te das cuenta hasta que llevas ya más de cien páginas.
Y eso lo consiguen muy pocos libros.
Personajes.
Fuera de toda duda están la originalidad, la construcción de los personajes y la habilidad para generar carisma, pero de nuevo es una sensación diferente la que emana de los protagonistas. Una especie de halo de complicidad y comprensión en unos personajes que no pueden ser más extraños y ajenos a una persona normal. Quizá recuerdo que Logen Nuevededos me causó una sensación parecida. ¿Cómo puedo sentir cercanía con alguien tan diferente a mí?
Solo al alcance de los genios.
Estilo y narrativa.
Y esta es la guinda del pastel. He leído libros pulcramente escritos, libros bien escritos, incluso libros rimbombantes, riquísimos en matices, con mundos gigantescos y preciosistas, pero nunca había leído una novela en la que tengas la sensación de que cada palabra ha sido analizada al detalle, para que nada quede fuera de lugar, para que un adjetivo de más sea una señal para que prestes atención, porque algo va a pasar, algo que requiere que te concentres en ese pasaje.
Nunca había sentido que alguien podía escribir algo tan original y diferente, y hacerlo sin alardes, sin pretensiones de ser un libro florido (incluso cuando hay palabras que saldrán una o dos veces en toda la novela), incluso cuando te das cuenta que el autor tiene registros para dar y tomar.
Posiblemente el libro mejor escrito que recuerdo en tiempo, y encima es su primera novela.
Conclusión.
No es un género que me atraiga especialmente, incluso es algo siniestro, aunque parece que es marca de la casa, pero esta escrito por un genio. Alguien que te cuenta sucesos inverosímiles, pero que es capaz de hacértelos llegar como la cosa más normal del mundo.
Lleno de sorpresas, desde la primera página, y totalmente diseñado para que tu mente haga un viaje que nunca has hecho antes.
Imprescindible.